Cuadernos con relatos

Cuando tengo que elegir lecturas para los demás, dudo, le doy mil vueltas, sufro. Me resulta un problema de mil y una caras, un callejón sin salida. ¿Cómo aconsejar si existen cientos y miles de libros interesantes? Esto, además, se agrava en el momento de la propuesta para el curso escolar. ¿Leer faltando al derecho de la libertad? Yo, que he sido desde pequeña amante de la literatura, odio la obligación, puesto que me parece el ingrediente adecuado para fomentar la acción contraria.

Lo mismo me sucede con la escritura. He establecido un horario para escribir en mi rutina semanal y, lamentablemente, me lo estoy saltando. Encuentro instantes, pero me resguardo en la cotidianidad. De hecho, creo que me está asustando terminar la colección de relatos que inicié hace casi un año. Me preocupa el desenlace.

La idea de esa antología surgió un día en el que iba en el autobús camino de las clases de inglés. Leía La otra noche del oráculo de Paul Auster. Me sedujo que un personaje no fuera capaz de concluir su obra. Quizás sentí su debilidad, como ahora la mía. Es curioso que lo que me provocó la creación de varias historias, ahora, en cambio, me niegue un final.

Los mejores refugios para mí en estas circunstancias son mi trabajo y la lectura. Esta última la he vinculado desde comienzos del mes pasado a la mejora de los procesos de lectura y de escritura. Un paraíso, para escritoras ineficaces, que se alimenta a sí mismo. ¿O he de decir un infierno?

Si espero, a lo mejor, la noche me devuelve, bajo todas sus formas evanescentes, el sosiego para terminar.

 
Hablo de leer porque estoy seca –
(c) –
Olivia Vicente Sánchez

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