La escritura comienza con la revisión, tras los vapores del impulso. Para darle cuerpo al texto, es imprescindible un buen lector cero.
Cuando terminas de escribir un relato en el que has invertido horas e ilusión —con una novela multiplica por diez—, crees que el trabajo está terminado. Miras el resultado y, aunque no estás satisfecha plenamente, estás orgullosa por haber concluido un boceto de la mente. Sin embargo, solo has comenzado.
Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges fueron amigos durante gran parte de su vida, aunque Sábato dijera que era imposible trabar amistad con Borges, más cómodo en relaciones jerárquicas del tipo maestro-discípulo. Sea como fuere, ambos compartían bromas —muchas obscenas—, su amor por los libros y también su profesión de escritores. Juntos publicaron libros bajo pseudónimo, recopilaron antologías y se leyeron entre sí con cariño y agudeza. Fueron el lector cero del otro.
Recuerda en sus memorias Bioy que solían conversar durante horas acerca de las narraciones, no sin acaloramientos. Deshacían párrafos. Cambiaban personajes. Reestructuraban la acción. Eliminaban diálogos. Incluso rompían hojas —también se diferenciaban del arte pirómano de Sábato— en un acto de rebeldía, desazón o dramatismo. La meta era crear la mejor historia posible, es decir, salir del onanismo.
El acto de escribir es solitario, vacilante, no exento de cierta soberbia, pero, en esencia, doliente. Doliente por el hecho de estar sometido a juicio, al propio y al ajeno. El primero es huidizo. Oscila entre la complacencia absoluta y la negación del estilo.
El otro, el que puede aportar una mente desapasionada y certera, contribuye al enriquecimiento. Pero, ¿dónde hallarlo? Los amigos no son lo suficientemente osados como para expresar su opinión. Lo mismo sucede con padres, hermanos, tíos… El parentesco y la amistad parecen incompatibles, aunque existan excepciones.
Además, hay otro obstáculo: la lealtad en el tiempo. Aprender de las sugerencias y de las correcciones implica continuidad, reunirse hasta el hartazgo, hasta que el estilo del alter ego capture al curioso.
Los dos argentinos escapan a las etiquetas. Ante todo eran libros, pluma, literatura en sudor y deseo. Los envidio, aunque la suerte me sonría en días como hoy.
Si Bioy Casares fuera mi lector cero…
NOTA DE LA AUTORA:
—Las fotografías fueron tomadas en distintos momentos:
La escalera se encuentra en el Palacio Barolo de Buenos Aires. La captura se realizó con una Canon EOS 1100D el 19 de julio de 2012.
La escultura (parte de El nadador) está ubicada en el puerto de Vigo. La cámara empleada fue una Nikon 3200D (28 de agosto de 2016).
4 Respuestas
Dos grandes… Sin discusión
Totalmente de acuerdo. Cuanto más leo a Bioy más lo admiro.
Es increíble… La invención de Morel no deja de sorprenderme en cada lectura
Hace poco que la releí y descubrí un montón de ideas y técnicas a las que no había prestado atención en las anteriores lecturas.