Releer Ciudad de cristal es crear un nuevo lenguaje para que, de cada palabra que escribe Paul Auster, broten cientos de significados.
Releer es leer encima de la anterior lectura. Crear un palimpsesto que no solo se superpone sino que se enhebra de modo que el resultado es un recuerdo, cuyas ramificaciones se enraízan en los brotes anteriores. Así que empezar Ciudad de cristal, escrita por Paul Auster, es retomarla desde su comienzo, descubrir lo que se creía olvidado, mirar con otros ojos lo que se vislumbró en el pasado, crear, en palabras de Peter Stillman, un nuevo lenguaje, aunque, en este caso, no para que cada palabra signifique una única idea, sino para que broten cientos.
Aunque a estas alturas Paul Auster es un autor de sobra conocido, permíteme que te lo presente aunque, para ello, empezaré presentándome yo. Mi nombre es Olivia Vicente Sánchez. Ese no es mi verdadero nombre. Mi verdadero nombre es señora Palimpsesto. Leí por primera vez Ciudad de cristal en enero de 2013 de corrido, como si no pudiera evitar que una palabra siguiera a la otra, hasta que el 19 de ese mismo mes cerré La trilogía de Nueva York y me quedé contemplando la memoria que había tejido en mi interior.
Mientras leía Ciudad de cristal subrayaba las frases de fuego, de desorientación, de lo que se sugería pero no era. Luego, en numerosas lecturas posteriores, he subrayado encima de lo que ya estaba marcado o he añadido nuevas líneas hasta que hoy mismo, en otra de las relecturas, de cuyo número no puedo acordarme, abro otro camino para llegar al mismo lugar al que desemboqué en ocasiones previas: la Torre de Babel.
Paul Auster publicó en 1985 este relato o novela corta que luego, junto a Fantasmas y La habitación cerrada, se editó en un único libro con el nombre La trilogía de Nueva York. El idioma que empleó fue el inglés americano pero yo, tanto en la primera como en las restantes lecturas, he usado una traducción de Maribel De Juan, así que el lenguaje que inventó para contar la historia a su vez fue trasladado a otro, el de la traductora, que también es el mismo que el mío, pero distinto, porque no existe ninguno igual, porque nadie comprende los sucesos de la misma manera.
Puesto que las historias las recibimos, las creamos y las compartimos a través de las palabras, no las procesamos ni tú ni yo de la misma forma. ¿O acaso el asiento en el que estás ahora es una silla ergonómica morada y gris que pretende aliviar mis dolores de espalda? ¿Acaso el recorrido de tu vida está escalonada por los mismos pasos que el tiempo de la mía? ¿Acaso son las 20:59 del 29 de marzo de 2018 en estos instantes en los que doy cuerpo a un texto que tendrá diversas correcciones como la de ahora, la del 8 de abril? Sabemos que no. Porque ni tú eres lineal, ni yo soy lineal, ni el tiempo es lineal.
Por tanto, Ciudad de cristal para ti no será la misma para mí. Porque mi nombre es Olivia Vicente Sánchez, pero mi verdadero nombre es señora Laberinto. Puesto que en cada libro que devoro genero senderos que, en vez de aclarar, enredan mi mente en otros nuevos, la salida del laberinto termina siendo la entrada a uno posterior y así hasta el infinito, a pesar de que mi existencia, como mortal, sea tan sólo un grano de arena, uno que ni siquiera se distingue. Los laberintos se trazan, se dibujan en las páginas cuadriculadas tal y como hace Peter Stillman paseando por Nueva York.
Este blog es mi cuaderno rojo. Ese en el que intento escarbar, en el que pongo atención a la hora de trazar la osamenta de mis palabras, pero que luego, estéril o titubeante, dejo a medias, esperando que un golpe de gracia termine de arruinar mi texto. El problema es el bolígrafo, el hecho de que no hay bolígrafo, porque confundo el teclado con la tinta y la tinta con el teclado. Es normal. Tú también tienes uno, seguro que rojo también. Mi nombre es Olivia Vicente Sánchez, pero mi verdadero nombre es señora Confusión.
No juego más, porque tendría que hablar de Borges, de cómo Auster se relaciona con Ficciones y eso daría lugar a otras locuras, nuevos laberintos, nuevos cuadernos rojos, nuevos «nadas». No obstante, Ciudad de cristal provoca estos efectos. Nos convierte en otros. En un fantasma. En un héroe. En una ciudad a partir de la cual se construye una lengua, una metáfora que explica la imprecisión entre la realidad y la ficción, entre el ensayo y el relato, entre el autor y sus criaturas, entre la cordura y la locura.
Quizás debería haber empezado por donde han de iniciarse los análisis. Pero esto no es un análisis. No necesito decir que don Quijote, es decir, Daniel Quinn es un escritor al que se le han muerto su mujer y su hijo y que una noche responde a una llamada destinada a Paul Auster, un detective privado. No lo necesito decir. Eso no importa. Al menos hoy.
¿O sí?
NOTAS DE LA AUTORA:
—Las imágenes no las he sacado yo, sino que proceden de dos fuentes:
Fotografía del escritor Paul Auster: Wikipedia.
Fotografía de la ciudad de Nueva York: pixabay.com.
—Datos de los libros:
AUSTER, Paul. Trilogía de Nueva York. Traducción de Maribel De Juan. 7ª edición. Barcelona: Anagrama (Colección «Compactos»), 2010. 335 páginas. ISBN: 9-788433-973290.
—También puedes escuchar la entrega de Maldito Libro que se dedicó a esta obra el día 14 de abril de 2018 (Maldito Libro es una sección de literatura del magacín Distrito 007 de Onda Polígono Toledo):
2 Respuestas
Hace algunos años (no importa cuántos), conocí a una persona especial (ella sabrá quién es) tan amante de los libros como yo que me prestó un libro de este autor maravilloso… Y entonces lo conoci… Asi que a ella gracias!!!… Y a él lo seguimos línea a línea, palabra a palabra…
No sé a quién te refieres, pero seguro que para ella tú también eres especial.
Es un autor que merece mucho la pena, como dices, línea a línea.
Un abrazo.