Frankenstein de Mary Shelley por El País y Nordica

El secreto es un ingrediente básico en la construcción de muchas obras literarias. Analizamos su presencia en Edipo Rey y Frankenstein, así como en otras obras en artículos posteriores.

El secreto: piedra de toque de la literatura

Que los temas básicos de la literatura son el amor y la muerte, nadie lo pone en tela de juicio. Los padres de la literatura así lo expresan y lo dejan bien evidente tanto en obras líricas como en dramáticas y narrativas. En la Ilíada, el amor entre Paris y Helena desencadena la tragedia. En Edipo Rey la muerte planea desde que nace el vástago. En la Biblia misma, las historias se entretejen con esos dos elementos —amor y muerte—, ya desde el mismo comienzo de la humanidad, desde Adán y Eva (o desde Adán, Lilith y Eva).

A lo largo de los siglos, se han consolidado como la pareja inseparable, pues, en realidad, el amor es una expresión de la vida y la única manera de vencer transitoriamente a la muerte, su fin. Amamos mientras estamos vivos y en nuestros actos se refleja esa vitalidad. Por eso, el soneto por excelencia en la literatura en lengua española que trata esta lucha, «Amor constante más allá de la muerte» de Francisco de Quevedo, subraya la fuerza que posee este sentimiento para superar las barreras de la finitud, o sea, para prolongar la vida incluso cuando esta misma ha dejado de latir en los cuerpos mortales.

Sin embargo, me gustaría hablar de otro motivo cuya productividad es semejante al del binomio nombrado: el secreto. La existencia de una verdad oculta, de un misterio, de un obstáculo que un personaje debe salvar y que no suele estar a la vista, es una de las herramientas narrativas y dramáticas más fecundas, puesto que se produce un conflicto entre el deseo de saber —o realizarse— y la represión —o frustración— en el hallazgo de esa verdad.

Frankenstein de Mary Shelley por Nordica Libros

Frankenstein fue publicado en 1818. La obra de Mary Shelley ha sido editada para celebrar su aniversario por Nórdica Libros.

Ese misterio ha adquirido diversos nombres a lo largo de la tradición. Antes mencionaba el de secreto, verdad oculta, obstáculo… Incluso podría tratarse del destino. El actor Isreal Elejalde, miembro de la compañía de teatro Kamikaze, aclara en un tuit que:

Hay dos energías fundamentales en la interpretación. Una es el misterio, la otra la incertidumbre. Ricardo III es misterio, busca que el espectador vaya hacia él. Está por encima. Hamlet es incertidumbre. Él busca al espectador. Está por debajo.

Las denominaciones y formas varían según el género o subgénero, porque incluso la incertidumbre conlleva seguir los pasos del personaje para descubrir si sucede o no aquello que se sospecha, y ese «aquello que se sospecha» es fruto de esa ausencia de información total, apaciguadora. Pese a los matices, a todos los nombres los une el hecho de que enfrentarse implica un cambio cuyas proporciones se escapan de las manos al personaje. El alcance de esos efectos suele trascender al individuo. En relación a esto último, Antonio García Berrio y Teresa Hernández Fernández mencionan a Meletiski diciendo que (pp. 301-302):

Ha ido fundamentando la seguridad crítica en la realidad narrativa del texto» como proceso natural mítico (esto es, expositivo de procesos biográficos o parentales, que conservan y celebran la institución familiar de la «gentilitas»). […] la Ilíada cumple los fines de exaltación familiar de la «gentilitas», vinculados fuertemente al de la conjuración por la memoria literaria de la formidable amenaza de extinción mortal.

Frankenstein o cómo dar a luz un ángel caído

Mary Shelley, autora de Frankenstein, por Richard Rothwell

Mary Shelley, autora de Frankenstein, fue retratada por el pintor Richard Rothwell (Fuente: Wikipedia).

En Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), Mary Shelley emplea tres narradores para contar la historia de un abandono: Walton, Frankenstein y la criatura. El relato es la constatación de un hecho trágico (p. 33):

Una vez decidí que el recuerdo de estos males moriría conmigo, pero usted me ha inducido a cambiar mis propósitos. 

Víctor da vida a un monstruo, pero enseguida se arrepiente y desea mantenerlo oculto. No obstante, en vez de enfrentarse a su propia creación, huye de ella. Se esconde, como si con ello su «hijo» desapareciera. Ha jugado a ser Dios, motivado por el fallecimiento inesperado de su querida madre (p. 113):

Debía de ser vuestro Adán, pero soy más bien el ángel caído a quien negáis toda dicha. Doquiera que mire, veo felicidad, de la cual sólo yo estoy irrevocablemente excluido. Yo era bueno y cariñoso; el sufrimiento me ha envilecido.

Pero Víctor no solo se deberá enfrentar a su hijo, sino a sí mismo, puesto que la novela plantea cómo los propios miedos pueden provocar desastres colectivos. Es decir, cómo el secreto individual tiene repercusiones tan graves como la muerte misma para las personas de su entorno más cercano. La novela, por tanto, se construye sobre esa amenaza y su cumplimiento (p. 220):

Te comunicaré esta historia de horrores y desgracias el día siguiente a nuestra boda, pues debe reinar entre nosotros, mi queridísima prima, una absoluta confianza. Pero hasta ese momento te ruego que no lo menciones o hagas alusión alguna a ello. Te lo suplico de corazón, y confío en que así sea.

Ese misterio personal puede adoptar la forma de secreto familiar, como hemos visto, si este abarca a los miembros de una familia, pero puede alcanzar cotas morales y religiosas. En Frankenstein se menciona a Dios; no obstante, las repercusiones derivan de la búsqueda del conocimiento, como ya le adelanta el doctor a su confidente, Walton, antes de contarle todos sus pesares (p. 33):

Busca usted el conocimiento y la sabiduría, como me sucedió a mí antaño; deseo con fervor que el fruto de sus ansias no se convierta para usted en una serpiente que le muerda, como me ocurrió a mí.

Edipo, el origen maldito

Sófocles

Edipo rey fue escrito por Sófocles en torno al 430 a. C. (Fuente: Wikipedia).

Sucede algo similar en la tragedia Edipo rey (c. 430 a. C.) de Sófocles: los padres deciden que su hijo sea sacrificado para evitar los vaticinios del oráculo. Lógicamente, como no asumen ellos mismos la responsabilidad, el juego está servido: Edipo no es sacrificado, y eso atenta contra la palabra de los dioses.

YOCASTA.- Tú, ahora, liberándote a ti mismo de lo que dices, escúchame y aprende que nadie que sea mortal tiene parte en el arte adivinatoria. La prueba de esto te la mostraré en pocas palabras. Una vez le llegó a Layo un oráculo —no diré que del propio Febo, sino de sus servidores— que decía que tendría el destino de morir a manos del hijo que naciera de mí y de él. Sin embargo, a él, al menos según el rumor, unos bandoleros extranjeros lo mataron en una encrucijada de tres caminos. Por otra parte, no habían pasado tres días desde el nacimiento del niño cuando Layo, después de atarle juntas las articulaciones de los pies, le arrojó, por la acción de otros, a un monte infranqueable. Por tanto, Apolo ni cumplió el que éste llegara a ser asesino de su padre ni que Layo sufriera a manos de su hijo la desgracia que él temía. Afirmo que los oráculos habían declarado tales cosas. Por ello, tú para nada te preocupes, pues aquello en lo que el dios descubre alguna utilidad, él en persona lo da a conocer sin rodeos.

La búsqueda del pasado por parte del protagonista implica una serie de riesgos, más aún cuando estos se mezclan con tabúes en el seno de la familia y sus repercusiones afectan a toda una estirpe.

EDIPO.- Que estalle lo que quiera ella. Yo sigo queriendo conocer mi origen, aunque sea humilde. Esa, tal vez, se avergüence de mi linaje oscuro, pues tiene orgullosos pensamientos como mujer que es. Pero yo, que me tengo a mí mismo por hijo de la Fortuna, la que da con generosidad, no seré deshonrado, pues de una madre tal he nacido. Y los meses, mis hermanos, me hicieron insignificante y poderoso. Y si tengo este origen, no podría volverme luego otro, como para no llegar a conocer mi estirpe.

Pero, además, trasciende: es una cuestión moral, tal y como recuerda Pilar Palop Jonqueres refiriéndose a El nacimiento de la tragedia, obra del filósofo alemán (p. 50):

Edipo es, según Nietzsche, un héroe comparable a Prometeo (23). Al resolver, el enigma de la Esfinge, realiza un atentado contra la naturaleza similar al que Prometeo cometió ante los dioses, pues obliga a aquélla, a la fuerza, a entregarle sus secretos. Su osadía llevará a Edipo a la más grande transgresión: a convertirse en el esposo de su madre, tras haber dado muerte a su progenitor […].

Más adelante, la misma profesora alude a las ideas del antropólogo Jean Pierre Vernant, que enlazan con las de Nietzsche (p. 50):

[…] desde el principio al fin, el Edipo Rey de Sófocles no consiste sino en la epopeya del conócete a ti mismo» socrático, asumida con todo lo que ese autoconocimiento conlleva de irreverencia contra los dioses. La tragedia expondría, pues, según Vernant, el relato de un delito religioso (y no moral o de carácter). El enigma de la Esfinge resumiría y anticiparía, enmascarándola, la verdadera significación del enigma descifrado por Edipo: el de su propia vida; el de su infancia, madurez y ancianidad, tal y como se va haciendo patente ante sus ojos a lo largo de la acción dramática.

La búsqueda de la respuesta a ese misterio, la solución al enigma o la revelación del secreto constituye una forma de poner punto y final al las dudas e inseguridades que conforman la vida humana. Una forma de producir la sensación de que existe la VERDAD, la RESPUESTA, la LLAVE para abrir el tesoro de lo que somos como individuos y como sociedad.

En artículos siguientes, seguiremos este viaje deteniéndonos en el mito, el cuento y la novela moderna.


NOTAS DE LA AUTORA:

—Datos de las imágenes:

Las fotos de las ediciones de Frankenstein han sido realizadas por mí con una Nikon D3200 el día 30 de julio de 2018. Las he editado con ACD See Pro 6.

El retrato de Mary Shelley y el busto de Sófocles los he tomado de Wikipedia.

—Bibliografía:

GARCÍA BERRIO, Antonio y HERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, Teresa. Crítica literaria. Iniciación al estudio de la Literatura. 1ª edición. Madrid: Cátedra, 2004. 389 páginas. ISBN: 84-376-2190-9.

PALOP JONQUERES, Pilar. «Nietzsche y la tragedia». El Basilisco, n.º 2, pp. 47-52. Recuperado desde: http://www.fgbueno.es/bas/bas10203.htm

SHELLEY, Mary. Frankenstein. Traducción de María Engracia Pujals. 1ª edición. Madrid: El País, 2004. 259 páginas. ISBN: 84-96246-22-1. Se ha empleado esta edición para las citas en el artículo. 

SHELLEY, Mary. Frankenstein. Traducción de Francisco Torres Oliver. Ilustrado por Elena Odriozola. 2ª edición. Madrid: Nórdica Libros, 2017. 261 páginas. ISBN: 978-84-17281-29-8.

SÓFOCLES. Edipo rey. Recuperado desde https://ciudadseva.com/texto/edipo-rey/

  1. Estamos de acuerdo.
    Lo llamativo es cómo cada obra se construye a partir de ese ingrediente. En apariencia, muchas propuestas son similares. Pero solo en apariencia.
    Gracias por tu visita y tu comentario.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

ocho + 6 =