Alguien dijo una vez (o quizás todos lo hemos dicho en determinada ocasión) que el ser humano tiene siempre la necesidad de contar historias y de escucharlas. Tal vez este anhelo responda al deseo de prolongar nuestra vida. Así, de este modo, protagonizamos las experiencias de otras personas mediante la alteridad que nos proporcionan distintos escenarios.
Cuando llegué a Toledo, hace aproximadamente doce años, se grabaron en mi memoria las imágenes de sus calles, de su río en herradura, de sus riscos. Sin embargo, no fueron estos detalles los que acentuaron su belleza sino la presencia latente y silenciosa de las vidas pasadas. Toledo no es una ciudad de leyendas por las numerosas páginas literarias y tradicionales que se han contado; más bien es una ciudad de leyenda por la sugerencia, ya que, cada grieta, cada esquina, cada callejón hablan por sí solos de forma que el lector únicamente tiene que dejarse llevar por su dulce susurro. Me gusta imaginarme que esta fue la misma sensación que percibieron Garcilaso de la Vega, Gustavo Adolfo Bécquer o Pío Baroja.
El Museo de Santa Cruz es para mí un ejemplo: su piel refleja el paso de los siglos. Antes hospital y hoy museo, su contemplación desde la calle ofrece diferentes encuadres, según se observe desde mayor o menor altura. A lo mejor este multiperspectivismo fue el responsable de que la calle fuera bautizada con el nombre de Miguel de Cervantes, quien, además, en forma de estatua, dirige al vacío sus ojos y su imaginación.
El pintor Doménikos Theotokópoulos relató el paisaje urbano de la ciudad. Sus historias no usaron palabras sino los trazos de los pinceles. En sus cuadros se me antoja que Toledo parece aún más de leyenda, bajo un cielo de tormenta y una perspectiva caprichosa, extravagante. Por eso, visitar la exposición que el Museo de Santa Cruz atesora supone, por un lado, admirar Toledo desde Toledo mismo y, por otro, proyectar la propia imagen que poseo de la ciudad en los lienzos para que esta, de nuevo, regrese a mí con renovada fuerza.
Desde ayer, esta localidad no me parece la misma. La luz, la serenidad, el trazo valiente de El Greco dibujan los contornos de esta ciudad de leyenda en la que, cámara en mano, sueño que camino.
NOTAS DE LA AUTORA:
– Las fotografías fueron tomadas en Toledo, el 26 y 27 de mayo respectivamente. La primera es una instantánea del Museo de Santa Cruz; en la segunda la entrada de la exposición se utiliza como marcapáginas de una edición de Don Quijote de la Mancha.
La perspectiva extravagante de El Greco –
(c) –
Olivia Vicente Sánchez
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