No empieces Manual para mujeres de la limpieza. Si lo haces, existen contraindicaciones: Lucia Berlin.
Cada vez que comienzo un relato de Manual para mujeres de la limpieza, tengo la sensación de que Lucia Berlin me va a engañar. Con esa mezcla de crudeza y felicidad —la justa, la de una bola de helado—, me acurruco en el sillón, tomo mi taza de café y acomodo el cojín a la espera de escuchar sus historias, como si fuera una conversación entre amigas.
En esta ocasión intento convencerme de que solo será uno. Nada más. Un relato y lo dejo. Porque las antologías no se acometen como las novelas, devorando, sino como el sushi, degustando cada bocado de manera independiente para que un sabor no vicie otro. Sin embargo, ¡a quién pretendo engañar! Cuando termino una historia, paso ansiosa la página para intentar saciarme. Su prosa engancha, exige el frenesí con el que han sido escritos sus relatos. Y también interpela. ¿Dónde diablos estuvo escondida Lucia Berlin?
Casi nadie conocía a Lucia Berlin (Alaska, 1936-Los Ángeles, 2004) hasta que en 2014, diez años después de su muerte, se publicó Manual para mujeres de la limpieza. La antología, de cuarenta y tres relatos, se ha convertido en un libro imprescindible para entender la narración corta norteamericana del siglo XX. A la nómina de Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Truman Capote, Paul Bowles, Raymond Carver, Alice Munro y Lydia Davis, se ha añadido el de Berlin, autora de culto para la crítica y lectores. Además, su traducción al español se ha consolidado como una de las más exitosas, al igual que sucediera con la de Stoner, de John Williams.
El desconocimiento y el éxito póstumo de la obra han sido explotados por la industria editorial, presentando a la autora como una «hermosa escritora maldita». Incluso algunos medios de comunicación destacaron el aspecto físico y los datos más morbosos de su biografía para captar la atención del público, sugiriendo que la belleza y la adicción vende más que la buena literatura:
Este libro es una antología de 43 relatos basados en la vida itinerante de la autora, una mujer muy bella, casada tres veces, alcohólica […] (El País)
[…] La [pregunta] más acuciante para sus editores pronto pasó a ser: ¿qué más sorpresas escondía la bella Lucia? […] (El País)
[…] Descubrimos a Lucia Berlin, porque hasta ahora esta escritora norteamericana (1936-2004) de vida azarosa y físico sofisticado (la foto de solapa del libro hace que la confunda con Suzanne Pleshette, solo que Lucia Berlin es incluso más guapa e interesante, o era, o es, puesto que los escritores tienen el don de la inmortalidad y nunca mueren, y por eso siempre se habla de ellos en presente) era una absoluta desconocida entre nosotros. […] (www.eldestiladorcultural.es)
Sin embargo, los relatos de Berlin superan la anécdota biográfica. Aunque refleja las relacionas conflictivas con su madre y abuelo, el distanciamiento y posterior reconciliación con su hermana, los continuos viajes (EE.UU., México, Chile…), sus tres matrimonios y cuatro hijos, el alcoholismo, la sucesión de puestos de trabajo, el sufrimiento por la escoliosis, etc., no se trata de un compendio a modo de diario, como si con ello exorcizara los males. Los relatos trascienden a la autora y sus protagonistas, generalmente femeninas. Las mujeres de Manual se parecen demasiado a nosotros. Sus miedos, desgracias y bromas son nuestros.
Berlin aprovecha las relaciones familiares, el sexo, el amor, la vejez, el viaje, el alcohol y la heroína, el cáncer, la muerte, la bondad y mezquindad, el embarazo, el cuidado de los hijos… para indagar sobre la soledad, la pérdida de la inocencia, el hastío, la desorientación ante el presente y el futuro, y avivar el temor a que el pasado emponzoñe las nuevas oportunidades. Es decir, se hunde en lo cotidiano para emerger a la universalidad.
Otro de los aspectos interesantes de su narrativa es la teoría de la escritura que expone en Manual para mujeres de la limpieza. En «Punto de vista» aborda la elección del narrador, ya que implica perspectivas distintas según la primera o tercera persona. Esta vinculación con el mundo literario es patente no solo en este caso.
Menciona lecturas y autores —incluyendo a su profesor Sender—, citas, la docencia en los talleres… «Y llegó el sábado» cuenta la historia de un presidiario que, siguiendo las pautas de su profesora de escritura, intenta componer un cuento. De este modo, los relatos son modelos de ejecución, unidades para analizar técnicas y apreciar la calidad de la autora: descripciones agudas, diálogos sorprendentes, simbiosis de lirismo y crudeza, expresiones dialectales, juegos de ingenio… Y, por supuesto, finales que instan a segundas lecturas.
Los hechos cotidianos se suceden con ritmo tedioso y frenético, como si no ocurriera nada y, a la vez, todo. Pero hasta el desenlace esa sucesión no adquiere su significado, momento en que cada historia se interpreta atendiendo a la bofetada final, transformadora de la realidad. En este sentido, resulta esclarecedor «A ver esa sonrisa». Dos narradores cuentan, a grandes rasgos, la misma historia: por un lado, un abogado, contratado por un joven para defender a su pareja; por otro, Maggie, la acusada de agresión a la policía. Desaparece el punto de vista único para proponer al lector la reconstrucción de los acontecimientos según los datos proporcionados y elegidos por las voces.
No se muestra la verdad, sino cómo (sobre)viven los personajes y se tropiezan en el mundo, bello y hostil. Un hombre y una mujer coinciden en la lavandería; una hija visita a su padre en la residencia de mayores; unas adolescentes conversan sobre las vacaciones… Circunstancias y diálogos triviales desencadenan la maravilla, el chispazo original, el hallazgo poético, igual que en las obras de Chejov, Carver o Tarantino.
Berlin tiene esa capacidad. Sabe trabajar los detalles de manera que parezca que no sucede nada interesante, que solo asistimos a la confesión de una anécdota, muchas veces vergonzosa. Pero nos engaña, nos seduce, nos atrapa. La clave reside en cómo lo cuenta, ya que provoca un torrente de emociones en perfecto equilibrio. Nunca llega a los extremos. Nunca es excesivamente almibarada. Nunca tan cruel. Y esa cuerda perfectamente tensada, gracias sobre todo a la ironía y al dominio de las situaciones entre los personajes, es lo que convierte a Manual para mujeres de la limpieza en una obra maestra. Las mujeres ríen, lloran, quieren morir, chillan, bucean, arriesgan su seguridad… Pero nunca son heroínas ni víctimas. Son como tú y como yo.
Y ahí radica su éxito, en cómo forja el material. Por eso, Lucia Berlin está en boca de lectores y críticos. Porque cada pieza es única y múltiple, y esa red conduce a una lectura continuada. Pero esta vez lo prometo. En serio. No voy a seguir leyendo. Solo un relato, el que se titula «Silencio», y dejo el libro.
NOTAS DE LA AUTORA:
—Datos de la obra:
BERLIN, Lucia. Manual para mujeres de la limpieza. Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino. 9ª edición. Madrid: Alfaguara, 2016. 429 páginas. ISBN: 978-84-204-1678-6.
—Fotografías:
Imágenes de Lucia Berlin: zendalibros.com y El País.
Resto de fotografías: fueron tomadas con una Nikon D3200 en agosto de 2019.
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